todo son variaciones
de una melodía improbable
como un invierno
sin música
tener miedo
es tener vida
admitir el terror
es admitir lo transigente
de los errores
decir: yo temo
es declarar: yo soy vulnerable
sentirse humano
es aprender a equivocarse
con uno
con lo demás
ser humano
es aprender a des-equivocarse
cada día más
cada día menos
tener miedo
a la derrota
a la victoria
es lo mismo que confesar
que duelen las derrotas
que se añoran las victorias
a veces
decir: se quien soy
es admitir
que se quiere ser
algo
alguien
no saber quien es ese alguien
es el primer paso
para quererse encontrar
quizás
en las derrotas
quizás
en las victorias
de uno
tener miedo
es temerse
el día que todas las pieles fueron una piel
decidí dejar de acariciarlas
el día que la esperanza de fundirme con la piel deseada
escapó como una brisa
dejé de sentir deseo
por más pieles
por más brisas
la fe se evaporó a cada orgasmo
inutil
descansaré en el verano de mi cuerpo
tomaré vacaciones de sudores compartidos
enterraré esta máquina de esperma
infértil de sentido
por tiempo indefinido
ateo de deseo
creyente de soles y lunas
duerman los cuerpos
despierten las almas
déjame sustituirte en las lágrimas
y combinar mis sonrisas en la tuya
déjame arrastrarte por esta playa
de joyas y presentes
hasta la última arena
concédeme el nadarte en mar abierto
y
cerremos con tres candados
el pasado
mastiquemos las llaves
traguémonos los dientes
para que entre más aire
más sal
en los pulmones compartidos
déjame subir hasta lo más bajo de ti
perdonarnos
para desenterrar
futuras playas
y si no me dejas
no importa
yo seguiré
en la arena
masticando llaves
Hace poco me topé con un recuerdo familiar, más bien un objeto presente en infancia, no es que estuviera escondido, simplemente volví a mirarlo, es de esos objetos que acumulan costumbre de tanto pasar a su lado y al final aun estando frente a nosotros un buen día dejamos de verlos. Es un jarrón, blanco, de esos que en las películas antiguas usaban para darse un baño, fina porcelana blanca manchada por pintados ramilletes de florecillas rosas y violetas. No recordé el objeto en si, ni me vinieron a la mente mil imágenes de la infancia, si, el hecho del porqué el pico del jarrón estaba partido, pegado torpemente.
Un día, contaría con siete u ocho años, me vi en una de mis innumerables tardes solitarias mientras mi madre estudiaba en la universidad (tenía mis propias llaves y me quedaba sólo en casa desde que tengo recuerdos, y lo disfrutaba mucho) estaba jugando al fútbol contra mi mismo en el salón, algo que por supuesto tenía prohibido (creo que era lo único que tenía prohibido, eso y abrir la puerta a extraños), y como era de esperar tarde o temprano se produciría alguna baja, ese fue el día elegido, tras un tremendo chut, y con una precisión propia de un jugador de primera, acerté en el jarrón, cayó de su preciosa base, también de porcelana, y estrepitosamente dio contra el suelo, menos mal que teníamos moqueta, aun así el único daño era más que evidente, el pico se había roto, tras descongelarme del miedo inicial de imaginarme contándoselo a mi madre, me di cuenta de que quedaba al menos una hora hasta su vuelta, y como buen niño tenía que ocultar el crimen a toda costa, negándolo rotundamente si era necesario, tras sopesar las posibilidades (extraterrestres, un ladrón secreto que entró por la ventana, un insólito viento, un sin querer poco creíble, ya que el lugar donde se encontraba el jarrón era relativamente inaccesible por mi baja altura, etc… nunca me faltó imaginación ) fui corriendo por pegamento, hice lo que pude, aunque la herida era muy evidente. No se le escapó a mi madre, y la reprimenda fue justificada, hasta con siete u ocho años podía entenderlo:
- “maxiiiiiiiiito, para las pocas cosas que te pido que no hagas”, dijo mi madre.
Siempre esas reprimendas que abogaban por mi propia culpa y responsabilidad hacían más efecto que un grito o castigo. Y claro, bajé la mirada y me sentí como el culo, al parecer era un antiguo recuerdo de la abuelita, a la que dicho sea de paso, quería mucho.
Hasta ahí el recuerdo, y el otro día contemplando esa huella de una de mis primeras cagadas, con más de 30 años, me vino la siguiente reflexión.
Me di cuenta que el jarrón había sobrevivido con bastante decoro, que la herida no era para tanto, pero no se porqué motivo algo me llamaba la atención, era el hecho de que ya no estaba “íntegro”, bastaba una pequeña herida para que perdiese gran parte de su belleza. Imaginé un jarrón más dañado todavía, roto en decenas de pedazos y recompuesto, quizás pudiera continuar con su función igual antes que después de ser pegado trozo a trozo, quizás el jarrón siga siendo jarrón, pero algo, inevitablemente ya se había perdido.
Una ruptura puede ser reparable, pero las huellas no.
Claro, me fue imposible no extrapolar esta reflexión a parcelas de mi vida.
Muchas veces me rompí, hace poco más de un año me quebré del todo, en decenas de pedazos, supongo que estaba contendiendo mucha energía de cosas mas antiguas y bastó un pequeño chut infantil para destrozarme, mi suelo en los últimos años no era de moqueta precisamente, el ruido fue grande, las piezas muchas, y esparcidas por todos lados.
Y si, la vida nos va pegando trozo a trozo, salvo la muerte, todas las demás heridas cicatrizan, todas las piezas vuelven a encajar, pero las huellas… ¡ay las huellas! esas no desaparecen.
Roto, pegado, reconstruido,
si,
pero quiero seguir pensando
que sigo siendo jarrón,
eso es lo que quiero pensar
me esfuerzo cada minuto
en no olvidarlo.
del nacimiento primero
hasta la causa última
se dibujó curvilínea una chispa a si misma
prendiendo un vacío anterior
se auto-devoró el silencio
engullido en un grito
(incontestablemente mudo)
y resaltó un sonido
leve como una gota de luz
minúsculo como la lágrima de lo ínfimo
se pronunció una letra primero
tímido alef primigenio
acarició una conjunción
después
confirmando que hubo algo
antes del todo
que no existía
antes de ser
una palabra
tras un pensamiento
que todo lo creó
se desgajaron de la inconmensurable curva
que abarcaba todos los universos
pequeñas vibraciones
que rozando un ojo
que eran ya en ese momento millones
se abrieron a su primera visión
todo lo conocido
en todos los futuros
en todos los pasados
y todos los presentes
fue visto
antes de que el tiempo
tejiese su arquitectura
en una fracción de segundo
eterna
todo esto ocurrió
mucho antes de la piel
la sangre
y de Dios
estrujar la carne con las manos, limar los huesos con los dientes
amasar los músculos con fuerza, arrancar la piel con las uñas
desterrar la lejanía
con ganas de devorar hasta el deseo
sudando
respirarse mutuamente hasta formar un sólo pulmón
confiar tanto que uno se inyectaría veneno en la sangre
si eso salvara la vida del otro
cada beso como un juramento
eso debe ser
amor de verdad
asfixiar los ruegos de silencio
incomprender
tramitar mentiras que crecen exponencialmente
no admitir necesidades ajenas
hacer el amor por deber del otro
no por el placer de uno
asfixiarse en lagos de lágrimas mutuas
jugar con la confianza tras una trinchera de miedos
eso debe ser no amar
o no saber como
amar en la distancia
es como no amar
o no poder
Siete u ocho camas blancas a mi derecha, diez o doce camas blancas a mi izquierda, en mi nuevo bautismo yo era el ocho, “pip, pip, pip”, un mostrador pulcramente informatizado delante, luces de neón las 24 horas, tres o cuatro médicos revisando vidas en pantallas, dando órdenes a lacayos de batas verdes y otros de batas azules, jerarquías de colores de este micromundo, “pip, pip, pip”, camilleros que entraban y salían dejando más mercancías que salvar, cirujanos de paso, familiares más agónicos que algunos enfermos, aquí la divinidad guiñaba un ojo a los trabajadores del lugar, o eso creían ellos, policías, enfermeros, guardias de seguridad, estudiantes de medicina (futuros guiños de Dios), especialistas, auxiliares, limpiadores de caca (lo único con color y olor real en este lugar), estiradores de sábanas, entregadores de comidas blancas, insípidas, cirujanos, internos, residentes, “pip, pip, pip”, detrás del mostrador de los médicos con las cabezas metidas en pantallas (que parecía la recepción de un hotel, sólo que en vez de elegir habitación uno elige dolores y enfermedades varias y en vez de llaves te dan cuadros médicos y diagnósticos, no siempre la habitación que uno querría) había un cubículo iluminado por una luz brillante de puertas corredizas transparentes, lleno de cajas, cajitas y cajones, remedios para todo tipo de dolencias urgentes, parches para todo tipo de pruebas urgentes, urgentes necesidades en forma de pastillas y electrodos para alargar las vidas más de lo necesario, “pip, pip, pip”, me preguntaba si algún árbol de algún bosque hace lo posible por salvar a otro de su caída por asesinato de leñadores, por rayo impertinente, o por vejez natural, me preguntaba si habría alguna micro-jerarquía de animales en algún hábitat dedicado a salvar la vida a otros animales, no, eso nunca existió ni en 4000 años de evolución en la tierra, o al menos, no ví ningún documental al respecto, “pip, pip, pip”.
Observaba aterrorizado desde mi parcela numero ocho (tenía una magnífica vista central), y me preguntaba si esto es ser humanidad, proteger hasta las ultimas consecuencias al semejante, suena romántico, si, lo reconozco, pero lo romántico casi nunca fue real, al menos para mi, que humanidad mas rara, pensaba, después de todo, la sensación de salvar al final sólo salva al salvador creando automáticamente una nueva víctima involuntaria, los salvadores nos alargan la vida sin motivo, mejor dicho, sin preguntar, mejor dicho, para alargar su propio bienestar, liberar de la muerte a los demás debe ser para ellos como regalarse esperanzas de que al final serán ellos también salvados, o que ganan puntos en alguna especie juego ético inventado por ellos, “pip, pip, pip”, sólo los vivos lloran, “pip, pip, pip”, asisten a funerales, “pip, pip, pip”, pero curiosamente, rara vez se convoca un grupo de personas para asistir a un parto, “pip, pip, pip”.
Se toma demasiadas veces el dolor como constante y la propia vida de cada uno como medida de “lo que debe ser vivir”, o “una vida plena”, cuando en realidad son los enfermos, las víctimas, las que salvan a sus salvadores, los lisiados son los que dan sentido a sus cuidadores, los perros los que sacan a pasear a los dueños, los hijos a los padres, los esclavos al emperador, salvar, ayudar, dominar, en definitiva, ejercer control, es un agradable motivo para volver más contento y satisfecho a casa.
Ya pinchado y monitorizado veía a estos samaritanos con batas multicolor ir de un lado a otro, y para que queden bien claras y diferenciadas las categorías del lugar, a nosotros los enfermos, los “necesitados”, nos entregan otro uniforme, por llamarlo así, diferente, un trozo de tela con el culo al aire. Son los muertos los que salvan a los vivos, es el miedo lo que hace interesante la vida, la muerte mantiene la vida, la vida por si sola es huérfana sin su imprescindible muerte.
“Pip, pip, pip, NIII NOOOO, NIII NOOOO” el sonido constante de alguna máquina se convirtió en alarma, rompió el compás de las vidas que marcaban “pip pipes” perfectamente simétricos, unos más lejos que otros formaban entre todos un compás al que uno se acostumbraba, hasta pensé en un momento dado que mi corazón bailaba a ese mismo ritmo, bailaba con decenas de vidas al mismo tiempo, éramos todos una sola vida acompasada, y frágil, a momentos, corrieron uniformes de todos los colores hacia esa estridencia, un sonido horrible pensé para escuchar antes de morir, tantas preguntas que le hacen a uno al ingresar en una sala de urgencias, podrían preguntar también “¿Qué música/sonido desearía escuchar en caso de inminente deceso?”.
Tras el mostrador, tras el cubículo-santuario de remedios, había otro mostrador, y otra sala, más camas blancas, otros ritmos, más batas, la misma luz de neón.
Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip…
Sólo los vivos lloran.
desde que te fuiste
me fui
desde que me dejaste
me dejé
más mentías
más creía
desde que me mataste
morí
desde que te mataste
desapareciste
que tranquilizador
descubrir
que en todo
coincidimos
si hubieses creído en mi como crees en tu tierra
en tu patria
si hubieses creído en mi como creíste en el dolor de tu fantasía
en el olor de tu miedo
en el arte de tus manos
en mi arte
en mis manos
si hubieses creído en las mismas palabras que prometías
(no hacía falta ni siquiera que creyeras en ti
sólo en esas palabras
un poquito)
si hubieses creído en mi como creíste en tus falsos salvavidas
el los que elegiste sin pistolas en tu sien, sin torturas
voluntariamente
repetidamente
altares de papel
frágiles
si la distancia no hubiese sido un escondite
sino una oportunidad
una aventura
para que el credo crezca es necesario regarlo
con verdades
aunque duelan
para que el credo madure
no se empiezan guerras civiles
si hubieses creído en mi de verdad
con la sangre y la rabia de testigos
yo hubiese creído en mi también
nosotros hubiésemos creído en nosotros
el altar no sería frágil
de papel
es que el credo es frágil
hay que saber cuidarlo
guerra civil
no quedó ni un sólo soldado en pie
murió el batallón de lo posible
el comando de lo factible
la brigada fantasía
el regimiento esperanza
tan sólo sobrevivió un general desquiciado
dando ordenes al viento
incapaz de reconocer que al final
no hubo
ni vencedores
ni vencidos
la complejidad de la victoria
la sencillez de la derrota
se enfrentaron
a la tiranía de la esperanza
a lo espeso de la sangre
blanco de verdad
blanco de mentira
blanco de pureza
blanco que se fue
blanco que nunca vino
claro como un Dios
limpio como un amor
sobrio como un bebé
blanco uniforme de enfermera
que vigila mi vida
para que no escape mi muerte
blanco del cubículo que me sujeta
sin preguntar
a una cama blanca
blanca luz intrépida
filtrada de un mundo color blanco
sucio
blanco de verdad
blanco de mentira
blancos en la noche
de constelaciónes
de neónes
de llamadas como faros
lejanos
del brillo de tu cuerpo
en la almohada de un recuerdo
lejano
casi difuso
blanco