48 horas de urgencias

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Siete u ocho camas blancas a mi derecha, diez o doce camas blancas a mi izquierda, en mi nuevo bautismo yo era el ocho, “pip, pip, pip”, un mostrador pulcramente informatizado delante, luces de neón las 24 horas, tres o cuatro médicos revisando vidas en pantallas, dando órdenes a lacayos de batas verdes y otros de batas azules, jerarquías de colores de este micromundo, “pip, pip, pip”, camilleros que entraban y salían dejando más mercancías que salvar, cirujanos de paso, familiares más agónicos que algunos enfermos, aquí la divinidad guiñaba un ojo a los trabajadores del lugar, o eso creían ellos, policías, enfermeros, guardias de seguridad, estudiantes de medicina (futuros guiños de Dios), especialistas, auxiliares, limpiadores de caca (lo único con color y olor real en este lugar), estiradores de sábanas, entregadores de comidas blancas, insípidas, cirujanos, internos, residentes, “pip, pip, pip”, detrás del mostrador de los médicos con las cabezas metidas en pantallas (que parecía la recepción de un hotel, sólo que en vez de elegir habitación uno elige dolores y enfermedades varias y en vez de llaves te dan cuadros médicos y diagnósticos, no siempre la habitación que uno querría) había un cubículo iluminado por una luz brillante de puertas corredizas transparentes, lleno de cajas, cajitas y cajones, remedios para todo tipo de dolencias urgentes, parches para todo tipo de pruebas urgentes, urgentes necesidades en forma de pastillas y electrodos para alargar las vidas más de lo necesario, “pip, pip, pip”, me preguntaba si algún árbol de algún bosque hace lo posible por salvar a otro de su caída por asesinato de leñadores, por rayo impertinente, o por vejez natural, me preguntaba si habría alguna micro-jerarquía de animales en algún hábitat dedicado a salvar la vida a otros animales, no, eso nunca existió ni en 4000 años de evolución en la tierra, o al menos, no ví ningún documental al respecto, “pip, pip, pip”.
Observaba aterrorizado desde mi parcela numero ocho (tenía una magnífica vista central), y me preguntaba si esto es ser humanidad, proteger hasta las ultimas consecuencias al semejante, suena romántico, si, lo reconozco, pero lo romántico casi nunca fue real, al menos para mi, que humanidad mas rara, pensaba, después de todo, la sensación de salvar al final sólo salva al salvador creando automáticamente una nueva víctima involuntaria, los salvadores nos alargan la vida sin motivo, mejor dicho, sin preguntar, mejor dicho, para alargar su propio bienestar, liberar de la muerte a los demás debe ser para ellos como regalarse esperanzas de que al final serán ellos también salvados, o que ganan puntos en alguna especie juego ético inventado por ellos, “pip, pip, pip”, sólo los vivos lloran, “pip, pip, pip”, asisten a funerales, “pip, pip, pip”, pero curiosamente, rara vez se convoca un grupo de personas para asistir a un parto, “pip, pip, pip”.
Se toma demasiadas veces el dolor como constante y la propia vida de cada uno como medida de “lo que debe ser vivir”, o “una vida plena”, cuando en realidad son los enfermos, las víctimas, las que salvan a sus salvadores, los lisiados son los que dan sentido a sus cuidadores, los perros los que sacan a pasear a los dueños, los hijos a los padres, los esclavos al emperador, salvar, ayudar, dominar, en definitiva, ejercer control, es un agradable motivo para volver más contento y satisfecho a casa.
Ya pinchado y monitorizado veía a estos samaritanos con batas multicolor ir de un lado a otro, y para que queden bien claras y diferenciadas las categorías del lugar, a nosotros los enfermos, los “necesitados”, nos entregan otro uniforme, por llamarlo así, diferente, un trozo de tela con el culo al aire. Son los muertos los que salvan a los vivos, es el miedo lo que hace interesante la vida, la muerte mantiene la vida, la vida por si sola es huérfana sin su imprescindible muerte.
“Pip, pip, pip, NIII NOOOO, NIII NOOOO” el sonido constante de alguna máquina se convirtió en alarma, rompió el compás de las vidas que marcaban “pip pipes” perfectamente simétricos, unos más lejos que otros formaban entre todos un compás al que uno se acostumbraba, hasta pensé en un momento dado que mi corazón bailaba a ese mismo ritmo, bailaba con decenas de vidas al mismo tiempo, éramos todos una sola vida acompasada, y frágil, a momentos, corrieron uniformes de todos los colores hacia esa estridencia, un sonido horrible pensé para escuchar antes de morir, tantas preguntas que le hacen a uno al ingresar en una sala de urgencias, podrían preguntar también “¿Qué música/sonido desearía escuchar en caso de inminente deceso?”.

Tras el mostrador, tras el cubículo-santuario de remedios, había otro mostrador, y otra sala, más camas blancas, otros ritmos, más batas, la misma luz de neón.

Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip…

Sólo los vivos lloran.




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