Hoy me afeité (el picor era extremo ya) y por obligación me miré de nuevo al espejo, cosa que hago unas dos veces al mes, me surgieron preguntas divertidas:

¿y si vistiese mejor, si llevase trajes en vez de ropa deportiva roida y sin combinar? ¿y si me peinase alguna vez, y si me cuidase el físico, si me dejara alguna perilla? en vez de afeitarme del todo o llevar una barba de talibán ¿podría sucumbir al ego de lo social? Nunca entendí la estética de lo impuesto, preferí siempre la comodidad. Cuando era joven era punk, y creo que me cuidaba más la estética que ahora.

Hace poco me invitaron a un lugar “bien” por la noche, los hombres me miraban como si fuese un vagabundo, las mujeres con asco infinito. Y me da igual, me dolían ellos, no yo.

Jamás entenderé las convenciones sociales, la diplomacia estándar.

¿Habría cambiado algo de mi vida, mis amigos seguirían siendo los mismos? Quizás hubiese acabado mi carrera de marketing, mis amigos serían apoderados de fortunas, yo tendría un cochazo, una buena hipoteca, una mujer de físico de revista, prostitutas de lujo, cenas caras, hoteles de cinco estrellas, en vez de dormir en calles y tiendas de campaña, en vez de comer de una lata y beber vinos de cartón, como siempre hago, aun teniendo dinero (y hubo momentos en los que tuve mucho).

No hubiese conocido la sinceridad, la sensación de dormir sin nada en una playa desierta, de bañarme desnudo al amanecer, de hacer el amor en cualquier esquina y millones de cosas más de las que me enorgullezco enormemente.

Menos mal que yo soy yo, y estando casi en el ecuador de mi vida cada vez necesito menos mirarme al espejo, preocuparme menos de cómo vestir, no necesitar aplausos ni seguridades externas.

Si me preguntasen cual es el fin de mi vida, desde hace años lo tengo claro:

una cabaña recóndita y sin espejos.